El inmenso océano comprendido en una sola gota

El frío invadía mi cálido cuerpo,
el viento penetraba mi débil vestido,
color turquesa como la esmeralda.
 
La lluvia mojaba mi agotado cuerpo,
borraba el rastro de lágrimas que recorrían mi mejilla,
Cada frágil y helada gota
bañaba mi alma,
borraba toda huella de dolor.
 
El sonido de la tempestad,
brava, violenta, brutal,
acallaba mis vacilantes sollozos.
 
Mi respiración entrecortada marcaba el ritmo,
iba al compás del romper de las olas,
con ese estallido profundo pero fugaz.
 
El crujido de las ramas y hojas
rotas, marchitas, caducas,
señalaban mi presencia nocturna por el bosque,
desolado, inhóspito y cruel,
con el sendero más interminable y efímero.
 
Una mezcla de olor a tierra mojada y a agua salada impregnaba el ambiente,
una fragancia peculiar e intemporal.
 
A cada paso que daba más cerca estaba de la libertad,
ya podía vislumbrar el faro en la oscuridad,
la luz, la claridad.
 
Las olas luchaban ferozmente con las rocas,
despedazadas y deshechas en esta brutal guerra,
siendo perdedoras de este salvaje combate.
 
La luna nunca estaba sola,
siempre acompañada de esas fieles estrellas,
que parpadeaban,
que se movían, inquietas por el firmamento.
 
Yo nunca estaba sola en este lugar,
aquí siento que no hay soledad,
me reúno cada noche, cada madrugada,
fría, helada
con ella, con la única que me comprende,
que me escucha,
que me entiende.
 
Este es mi hogar,
un olvidado y viejo acantilado,
que tiene como fiel amigo el vertiginoso y profundo precipicio,
sacudido por la sal y la juguetona agua del mar.
 
De repente todo se queda en silencio,
ella está esperando,
me coloco a Júpiter,
mi pequeño y querido violín,
mi frágil y eterno compañero,
el Dios de mi luz.
 
 Empiezo a vibrar,
con cada nota, larga y oscilante,
con cada arpegio burbujeante,
con cada corchea, llena de dinamismo e importancia,
con cada silencio, dramático pero necesario,
con cada fusa, intensa pero fugaz,
me acompaña el impetuoso sonido del mar,
los luminosos rayos,
pero no nos asustamos.
 
Ella está aquí, con nosotros,
cada vez se hace más fuerte y más importante,
resbalo el arco por las cuerdas,
con un movimiento tierno y armonioso,
deslizo suavemente mis dedos,
mantengo ese doloroso vibrato,
cuerpo y alma se armonizan con esta melodía,
que te lleva al cielo,
que te devuelve a la vida.
 
Mantengo ese si bemol,
ese tempo largo y lento,
ese compás de dos por dos.
Ella es una bendición para los oídos,
para el alma y para el corazón.
 
La vida sin ti, música,
sería un tremendo horror.
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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