"Cada suicidio es un sublime poema de melancolía"

 
Cierro los ojos y huelo es conocido aroma de la tierra mojada,
esa fragancia tan acogedora que te envuelve y te tranquiliza.
Sonrío y disfruto del momento,
cada instante, cada segundo,
suspiro mientras disfruto de ese suave viento que me acaricia la cara,
que mueve mi flequillo y me hace cosquillas en la nariz,
respiro hondo y disfruto de esas gotitas de lluvia que me caen por la frente continuamente,
y que borran todo rastro de dolor, de preocupación y de cansancio.

Inhalo lentamente el aire y me relajo mientras oigo el imparable murmullo de la tormenta,
acompasado por los vitales y musicales truenos que marcan el pulso,
y con las grandiosas ráfagas de luz de los rayos.

Aprieto fuertemente los ojos cerrados y echo a andar,
únicamente dirigida por mi sólida intuición y por mis experimentados sentidos.
Es una sensación vertiginosa que hace que el estómago se me suba a la boca,
es como andar por una cuerda floja,
es como andar por un bordillo con los brazos abiertos inclinándote para un lado u otro intentando mantener el débil equilibrio, la ansiada compostura,
es como subir a un rascacielos y no poder evitar mirar hacia abajo,
es como si intentases correr en línea recta después de unas incontables rondas de cubatas.
Es una sensación nauseabunda, repulsiva.

Pero no debo abrir los ojos, no puedo, no quiero encontrármela de nuevo,
pero sé que está aquí, conmigo, observando cada movimiento, criticando cada pensamiento,
riéndose y burlándose de mis actos, de mi.

Intento correr, simplemente huir,
no hace falta echar una moneda al aire y elegir una cara para saber lo que quiero,
lo que deseo, lo que anhelo,
no hace falta echarlo a suertes, ni a piedra ni a papeles.

Siento su presencia, siempre tan competitiva, siempre inalterable pero alterando todo a su paso.
Es una enemiga fiel que me recuerda mis errores,
es la que abre las dolorosas e imborrables cicatrices,
son todos los remordimientos acumulados,
son todos los momentos desaprovechados,
todas las lágrimas derramadas,
todas las promesas desgarradas,
todos los sueños rotos, volatilizados, simplemente hechos pedazos,
todas las palabras punzantes,
todas las sonrisas falsas, hipócritas,
son tantas cosas....

Me empuja con violencia mientras pido un ápice de clemencia,
intento aferrarme a algo, a alguien, sin éxito,
caigo rápidamente a un lugar inhóspito y hostil,
desalmado y cruel.

Caigo con tanta fuerza, con tan poca delicadeza, que siento que me rompo,
que me quiebro en mil pedazos, como una copa de cristal,
que me derrito como un copito abrumado por el sol.



Lloro como si no hubiese un mañana,
dicen que el llanto es el lenguaje del alma,
en ese caso, mi alma está gritando, está buscando un apoyo,
está buscando consuelo.

Lloro con tanto apego, con tanto desasosiego.
Solo oigo los fuertes y desacompasados latidos de mi corazón,
aquellos que me recuerdan que aún sigo con vida,
que aún estoy viva.

Saboreo el amargor y el salazón de mis lágrimas,
de mi dolor, de mi frustración.

Todo está oscuro y por mi mente empiezan a pasar mis actos,
como una película de completo remordimiento,
como un thriller sin freno, sin fin.

Visualizo el cúter rojo en mis temblorosas manos,
tiemblo, pero no de miedo,
no temo a la muerte, estoy preparada,
tiemblo de dolor, de amargor,
no sé porque extraña razón no logro hacer una profunda incisión en mi joven muñeca,
no sé porque me corto toda la pierna,
desde el tobillo hasta el muslo, en una impresionante línea recta.

Me siento atrapada, como si tuviera una soga en el cuello,
como si con un paso que diera me ahorcara,
como si en un simple balanceo me precipitase al suelo,
como en una caída libre,
como si estuviera apresada en  medio de la tempestad,
como si no pudiera sofocarla, remediarla.
Como si en cuanto hiciera algo, el terror se apoderara de mí,
y me ahogara.

Veo mis mentiras,
mi interminable y vil mezquindad,
mi enfermo y dañino comportamiento,
mi lengua inquieta,
mis miedos y mis terrores,
mis cómplices sonrisas,
la marihuana que consumo cada día,
el dinero que gano con mi sanguinaria conducta.

Sollozo y me retuerzo de dolor,
de nostalgia, de agonía.

Nunca he sabido jugar a matar,
a ganar,
nunca he tenido suerte con el azar,
nunca fui fiel a las probabilidades,
nunca he sido una más.

Quizá la vida no sea para mí,
quizá el mundo este mejor sin mí,
quizá, quizá....
Cuento hasta 10 y enseguida dejo de respirar,
me hundo al fondo de la bañera
que tiene por agua toda la sangre que borbotea de mi frágil
y de mi cuerpo sin vida.


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