LA  MALDICIÓN  DE  LOS  RECUERDOS


 Miro el reloj y veo como van pasando los segundos, lentos y aburridos y siento que el tiempo no avanza. Dejo que mi mirada se pierda en el vacío pero en su paso se encuentra con ese enchufe solitario, abandonado en la pared de baldosas frías, calentadas únicamanete por un viejo y estropeado radiador que ya no provoca esas fuertes corrientes de convección, que hacían volar los folios, los sueños, con esa magia del enfrentamiento entre frío y calor. 

 Hace frío, mucho frío, pero aún así las ventanas están empañadas y llorando. Puedo ver caer sutilmente las condensadas gotitas de agua y noto como se van congelando las lágrimas en su paso por mi insensibilizada mejilla. Me acerco hacia el cristal, con paso meláncolico e inseguro, y le ordeno a mi cálido dedo que dibuje una sonrisa en la vidriera, que la de vida, que la haga compañía...

Me siento con delicadeza en el alféizar de la ventana y apoyo la cabeza en el húmedo cristal. Siento como se me hielan las ideas, como se me congela la sangre. Cierro fuertemente los ojos pero las lágrimas siguen correteando alegremente por mi rostro. Por este rostro tan maquillado para cubrir las pronunciadas ojeras y las pinceladas moradas que lo decoran por tu culpa, por tu agonía, por tu búsqueda del control. Instintivamente, me miro las muñecas para asegurarme de que las cicatrices que reabro cada día siguen ahí. El dolor se empieza a propagar por mi frágil cuerpo y decido que es hora de ir a verte, de ir a alabarte. 

Con pasos lentos y agónicos avanzo por ese pasillo tan silencioso y oscuro y me detengo a admirar el color rojizo de la pared, de esas pequeños toques acres de color, y presiento que las marcas me van a vover a escocer, van a volver a latir. La piel se me eriza y mi corazón empieza a palpitar estrepitosamente, sin ningún orden. Me recuesto patosamente sobre una de esas infernales paredes de esta cueva y una melodía de piano sucumbe el sepulcral silencio. Puedo diferenciar los matices, saborear los cambios de ritmo y entonar esos sostenidos que alteran la melodía. 

Intento ponerme en pie pero sé que las rodillas me van a traicionar. Cuando lo consigo empiezo a correr por la casa en busca del piano. No lo encuentro, ya no está, y con ello la música de Mozart cesa de repente, con un gran estruendo, con unos arpegios disonantes. Algo no va bien, pienso y una corriente de aire helado inunda la casa y provoca que se cierrren todas las puertas de manera ensordecedora. Estoy encerrada, aislada con tu presencia.

Este es mi castigo, esta es mi tortura, por amarte, por quererte, por haber accedido a  venderte mi alma a cambio de una vida eterna, a cambio de no sentir, de no sufrir. A cambio de ti. Por haberle ofrecido a los dioses del Olimpo mi ser, mi esencia a cambio de una insensata eternidad. Y por pactar con el ser más infernal que existe para no dejar de vivir, para aferrarme a lo que ya siento sin ti. 

Con la cabeza desenfocando al suelo me deslizo entre las habitaciones vacías en busca de mi dueño, voy en busca de ti. No te encuentro, no puedo creer que me hayas abandonado. Con todo lo que me has hecho sufrir. Con toda la sangre que mis venas te han proporcionado para poder vivir, con todos esos rituales a la medianoche, con todos esos gritos agónicos que pronunciaba mi ser, con todas esas noches de lujuria y obsesión. Esto me hace llorar, pero no de pena ni frustración, simplemente lloro por la traición. No lloro por ti, lloro por todos esos viajes al sótano de la perdición, por esa cantidad de recuerdos malditos con los que tendré que aprender a vivir. Por esa imagen tan vívida de ti, de tu túnica granate, de tu inalcanzable perfección.

Sé que esto estaba codenado desde que te ví, sé que he nacido para sufrir y estar a tu lado únicamente es dolor, dolor y más dolor. Siempre me he preguntado la razón de mi amor hacia tí, hacia tu odio, hacia tu transgresión. Me dejaste marcada la primera vez que te vi, llevo en el pecho tu sello, tu marca inmortal, pero en este juego siempre las reglas han sido para dos, para una reina y un rey, para una de cal y otra de arena. ¿Por qué mentir? ¿Por qué olvidar el compromiso por miedo a la soledad?

No logro comprender cómo has podido pensar que alguien puede amar más que yo, cómo una mujer puede vetar su vida por ti. No logro entender cómo otra puede amar más al pequeño Satanás. Por eso, hoy y solo hoy te concedo libertad, ese agrio y dulce desentierro de mi corazón, de mi razón de ser. Te dejo marchar, te dejo volver a vivir a tu manera, con tu estilo depravado y maníatico de vida. Y por eso voy a infringir cientos de contratos y normas por ti.



Comentarios

Entradas populares