su  arcángel  favorito


La lluvia se volvió densa y helada, los rayos decoraban el oscuro cielo y la media luna daba unas pinceladas fantásticas a la horrorosa estampa. El día se había transformado en la noche, las esperanzas se habían volatilizado y los sueños se habían roto. Todo había cambiado, evolucionado. Todo salvo ella, salvo su frágil corazón.

Tenía las manos cubiertas de tierra, y las uñas ensangrentadas de tanto escarbar en el barro. Cayó rendida en el suelo, su cuerpo convulsionaba al ritmo de los truenos y las lágrimas comenzaron a derramarse su suave mejilla. Quería huir, salir corriendo, alejarse de todo lo conocido, pero estaba encarcelada, estaba comprometida con su "salvador", con un ser despiadado y terrorífico.

Vivía en un círculo vicioso, siempre terminaba a su lado, en su cama, por eso, día tras día, ritual tras ritual cababa su propia tumba, quería sentir dolor, quería sufrir, quería que las heridas se reabrieran para curarlas con alcohol y que escocieran. Pero eso no sucedía, nunca ocurría. Ya nunca había daño.

Como era propio, cuando se alineaban la constelación de Sagitario con el planeta Kord, se puso el vestido blanco de encaje hasta los pies, se recogió el cabello rojizo en una trenza de espiga coronada por la diadema de esmeraldas y empezó a prepararlo todo. Parecía un ángel, era como si hubiera bajado del cielo, era como un haz de luz e iluminaba todos los rincones de la casa.

Con una tiza blanca trazó un pentágono invertido en el suelo, cogió el puñal y lo envolvió en un fina tela de algodón. Dispusó grupos de 6 velas negras formando un triángulo y llevó a su futura víctima al centro del gran pentágono. Ella ni siquiera le había mirado, lo había hecho tantas veces que ya era una rutina, pero esta vez fue diferente. Él la agarro de la barbilla y la miró con unos ojos azules tan profundos e intensos que la hicieron temblar. No tenía miedo, no estaba asustado. Se acercaba valientemente a su destino, a su final.

El reloj marcó la medianoche y ella comenzó a recitar un indescifrable cántico. Él se empezó a marear y notó como caía, pero no tocaba fondo, era como si el suelo hubiera desaparecido. Una fragancia insoportable a azufre le despertó rápidamente. Observó a su alrededor y para su tranquilidad estaba tumbado en el salón de esta casa infernal con el ángel pelirrojo sentado a su lado, pero el corazón le palpitaba locamente, tenía que coger el aire a bocanadas y aún así sentía que se ahogaba, que no era suficiente. Todavía podía notar los pulmones encharcados y la boca le sabía a sangre, a su propia sangre.

Intentó levantarse, pero al apoyar la mano en el suelo se abrasó. Gritó de dolor, notaba como le sangraba la mano por la quemadura. No reconocía su  propia voz, parecía un aullido proveniente del más allá. Volvió a perder el conocimiento mientras convulsionaba ferozmente en el suelo. Cruelmente se despertó al notar como le clavaba el puñal en el vientre, en una incisión recta y profunda. No podía entender lo que decía, eran unos cánticos odiosos, invocadores, aterradores. La sangre borboteaba imparablemente, cada vez había más y más sangre por el suelo. Intentó aferrarse a los muebles para poder huir, clavó sus uñas en la vieja madera e intentó arrastrarse por el suelo, pero ella le agarró, tenía el puñal levantado amenazadoramente. Él sabía que se acercaba su final, que pronto sería él quien estuviera bajo tierra. Instintivamente la miró y la sonrió. Eso la desarmó.

Lentamente bajó el brazo y clavó la afilada daga en el suelo. Todo comenzó a girar, a vibrar. Un  torbellino brotó del suelo e intentó aspirarlos a los dos. Una llama enorme y ardiente surgió del centro de este remolino. Lo que apareció le dejó petrificado, no era una figura humana, era una bestia, era Lucifer. El mismísimo demonio, el incitador, el más famoso pecador. Le miró con el más puro odio y cogió a su ángel del brazo. La empezó a zarandear, empezaron a pelear. Ella tenía marcas por todas partes, cicatrices de quemaduras y de más incisiones. La estaba abrasando el brazo. Estaba acabando con su ser.

Pero el reloj marcó descaradamente las tres. Todo se quedó en silencio, todo se quedó en tensión. La habitación se calentó más y más, quemaba hasta el aire. Lucifer la empujó y la tiró contra el suelo. Se acerco como un lobo al acecho, como un león a una cebra, cogió un cuchillo y lo acercó ferozmente a su corazón. Notaba la pequeña punta sobre su piel. Pero no pudo hacerlo, simplemente no pudo. Se había enamorado de ella, de sus marcas en la piel, de su pasión. Desgraciadamente, uno de los dos tenía que morir para que pudiese vivir el otro, ya no había tiempo para hacer el ritual con la víctima, no había tiempo para ceremonias.

Se produjo un milagro, una alienación en el demonio, un acto sin explicación. Canceló el contrato, la devolvió su alma y se clavó el puñal en su corazón. Murió por ella y le concedió la libertad.


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