Estúpida Fantasía 

  El peso de tu cuerpo aplastaba el mío. Intenté zafarme y conseguir el cuchillo. Traté de rodar por el suelo, pero fuiste más rapido y me volví a encontrar entre la espada y la pared. Ella me animaba a vengarme, a deshacerme de ti, pero mi cuerpo sentía tu calor, y notaba como tu respiración se alteraba, se volvía más rápida, más irregular. Me despojaste de mi camisa y pude ver como te brillaban las pupilas. Cerré los ojos para poder pensar con claridad, pero tus labios se encontaron con los míos y dejé rienda suelta a mi imaginación. Las lágrimas empezaron a descender por mi mejilla y convirtieron mis labios dulces en salados. Es entonces cuando recordé cuánto dolor me han causado tu ausencia y tú, cuántas noches en vela pensando en ti, cuantos días intentando olvidarte. Pero fracasé, aún sueño contigo, aún pienso en ti y todavía creo en un nosotros.

No sé como conseguí fuerzas para levantarme. Me dirigí sigilosamente hacia la puerta, iba a salir tal como había entrado en tu vida. Sin que te dieras cuenta. Pero no entiendo por qué te levantaste y me lo prohibiste, no comprendo por qué tu rostro se veía afligido ni por qué estabas enfadado y desolado. Tu mirada me advertía de que iba a suceder algo terrible.

Las paredes se empezaron a estrechar, todo comenzó a tambalear. Era asfixiante. Todo se volvió negro y jadeante. El sonido del choque de las olas con las rocas me indicó que me había trasladado. Estaba en un faro en medio del océano. Estaba sola, sin él. El mar me invitaba a saltar, a llegar a ella, a liberar a mi pobre alma encarcelada. Y me arrojé a mi misma como un fumador un cigarrillo.

Caía más despacio de lo que imaginaba. Me dio tiempo a poder disfrutar de la aterradora imagen que sucedía ante mí. Las descargas eléctricas caían sin piedad sobre el océano, con tanta energía, con tanto poder que asustaban a cualquiera. El cielo tenía ese tono morado relampaguante que te avisa del mal presagio. Toda esta explosión de color venía acompañada del sonido ensordecedor de esos monstruosos truenos, de ese contacto de la electricidad con el pobre mar. Las apuestas daban un claro vencedor y un valiente perdedor. 

El corazón me latía tan rápido como se iluminaba el cielo, y jadeaba al ritmo de las olas. El cuerpo me temblaba, no sé si de furia o frío. Estaba magullada y no podía distinguir si lo que me cubría la piel era sangre o barro. Pero dolía, cada herida me escocía más que la anterior, hacía que gritase de furia. Todo esto era una tortura y sólo se oían tus gritos de desesperación y agonía.
No recordaba que el faro estuviese tan alto. No conseguía llegar al límite, a esa fina línea que mezclaba dos mundos. Separaba el agua del fuego, la vida de la muerte. Seguía descendiendo, no llegaba a tocar fondo. Los recuerdos de la brutal batalla todavía se agolpaban por mi mente. En esa lucha interminable sólo podíamos quedar uno de los dos. O tú o yo. Debía jugar bien mis cartas y apostar por mí. Tenía que evitar caer. Irónicamente eso es lo que he hecho, pude vencer, habría sido tan fácil verte caer, verte desaparecer...

No recuerdo en qué momento me aferraste de la cintura. Intenté soltarme, pataleé con todas mis fuerzas y grité desesperada, con miles de lágrimas correteando por mi rostro. Lloraba con toda mi alma, con toda mi furia. La lluvia intentaba descubrir mis heridas, darle un poco de pureza a mi alma, pero no lo conseguía.

Entre sollozos pude decirte: suéltame, déjame ir, déjame marcharme para no volver. Dame permiso para olvidar, para que pueda cicatrizar. Concédeme el perdón, solo te pido una simple redención. Te lo ruego, te lo suplico, perdoname y permíteme avanzar. Mis súplicas no sirvieron de nada. Cada vez me costaba más respirar, sentía que me ahogaba. El agua empezaba a encharcar nuestros pulmones y dejé de luchar.

Abrí los ojos y ví que estaba de nuevo en el faro. Y volví a saltar, pero cada vez que abría los ojos me encontraba en esta cárcel de alta mar. Era un eterno retorno, pero cada vez que saltaba el cuerpo me dolía más. Sentía tu presencia detrás de mí, notaba ese calor, ese fuego que me abrasaba. La piel del cuello se me erizó y las pupilas se me dilataron al notar tus dedos correteando por mi espalda. Pero no podía permirlo de nuevo, no podía volver a empezar el juego. Todo era una estúpida fantasía. Tú no estabas allí conmigo, nunca lo estuviste. Yo te quise pero debo dejar de quererte. Tengo que dejar de amarte.


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