El velero del silencio

La lluvia borraba mis lágrimas, tan saladas como el agua del océano, pero no acallaba mi llanto. La arena mojada era lo único que me indicaba que todo esto era real, era una pesadilla hecha realidad. La inmensa luna azul iluminaba la noche y aclamaba venganza por tanta traición. El cielo estaba alumbrado por miles de pequeños puntitos centelleantes que se burlaban de las preocupaciones de la gente. 
Mi pequeño velero aún seguía anclado pero indefenso ante tanto dolor. Tenía hipotecado mi corazón, y mi triste alma tenía que pagar una alta comisión. Me senté en mi indestructible barquito y aclamé a Zeus y Poseidón. Gritaba desesperada que me concediese una simple redención, pero me la negó. Perdí el juició y me condenó. Vagaría por esta pesadilla eternamente, sin descanso, sin hallar paz. 
Navegué sin rumbo durante una eternidad, siempre acompañada por esas almas en pena que se dirigían hacia la odiada cascada sin fin, hasta el abismo final. Iban sin dirección aclamando también perdón. 
Miré mi reflejo en el agua del mar. Una novia cadáver se reflejó en mi lugar. Estaba demacrada, tan pálida y tan dolida. Simplemente abatida de vivir, de ser la pieza que mueve el caprichoso destino al azar. Cerré los ojos y traté de no desvancerme. Intenté no pensar en que mi melena ya no podría ondear con el viento aclamando desesperada libertad. 
 Una melodía de piano inundó mi soledad. Pensé que estaba soñando, no podía ser verdad. En este lugar la única música que se escucha son lamentos de rabia y frustración. Miré la luna y allí estaba él. Selene y él. Enamorándose los dos. No recordaba tanto dolor. Me sumergí en una oleada de tortura y odio. Estaba llena de rencor, pero el abatimiento inundó mi corazón, y la soledad se apoderó de mi razón. Pasaba el tiempo y yo seguía navegando sin razón. Acompañada siempre de mi sombra, de esa maldita oscuridad que me atormentaba haciéndome mirar hacia la luz. 
Entre el torbellino de penas y dolor encontré un reloj. Estaba congelado, marcaba la última hora del perdón. Dejé que se volviera a hundir como mis sueños y esperanzas. Pero en el último momento salté al mar detrás de él. Me zambullí entre recuerdos, entre ilusiones. Cuidadosamente aferré el reloj, pero una mano agarró la mía y me llevó a la superficie. No recuerdo como me devolvió a la playa. Pero ahí estábamos los dos. Dos completos desconocidos unidos por un viejo reloj. Me quedé tumbada en la arena a su lado, oyendo los latidos de su corazón. Estaba vivo y lleno de curiosidad. 
Le miré, y el color esmeralda de sus ojos me hizo renacer. Me hizo volver a creer, recuperé toda la fe. Le sujeté la cabeza y le besé. Escuché como mi corazón volvía a palpitar, notaba como la sangre recorría mi cuerpo otra vez. Rodamos por la playa abrazados los dos. Me sentía tan viva que empecé a correr. Cantaba y bailaba bajo la luna poseída por la emoción. Él estaba sentado sonriéndome con esa mirada traviesa. Me sonrojé y volvimos a empezar. 
El tiempo pasaba, porque oíamos el secundero del reloj. Cada segundo era mejor que el anterior pero no tan bueno como el siguiente. Comprendí entonces que había ganado mi redención, me habían concedido el más valioso perdón. 
Mi melena ondeaba en señal de libertad y la luna dejó de brillar, pero ya no la necesitaba, le tenía a él. Él era el único que me puede hacer brillar. 



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