BENEVOLENCIA


Llueve, y el olor a tierra mojada nace de nuevo,
como aquellos recuerdos que se te clavan como puñales.
Llueve, y tu corazón se rompe de nuevo,
con cada gota que golpea tu ventana.
Llueve, y en tu rostro se dibuja un reguero de lágrimas,
lloras tanto como llueve,
porque duele,
porque tú misma te dueles. 

Llueve, pero no te importa,
coges aire y sales fuera,
a gritarle al cielo qué has hecho para merecer esto,
a rogarle una respuesta, a pedirle algún tipo de clemencia.
Si existe algún Dios allí arriba
declina tus exigencias, te da la callada por respuesta. 

Llueve, y sientes la tormenta que se avecina,
como un terremoto que sacudirá tu vida.
Llueve, y tu alma se rompe en trocitos,
que se te clavan como las espinas de tu rosal favorito.
Llueve, y vuelves a ver la película de tu vida,
con todo detalle, cada promesa rota,
cada decepción, 
que te hace caer,
de nuevo.

Llueve, pero no te importa,
porque ya estás rota,
pero ingenua piensas que no te puedes quebrar más,
y, te equivocas, porque te destrozas aún más.
Si existe algún tipo de Karma,
te odia mucho más de lo que ya lo haces tú.

Y lloras, casi tanto como llueve,
porque ya no tienes redención,
porque eres tú misma tu propia maldición.
Y gritas, tan alto que hasta los truenos te escuchan,
porque ya nada puede acallar tu alma,
porque ya no hay silencio que valga.

Y ahora solo buscas el perdón,
tu propia redención,
pero hoy no va a salir el sol.





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